sábado, 22 de mayo de 2010

A los que sufren




El escritor francés Charles Péguy protagoniza esta audacia que cuenta en tercera persona:

Un hombre tenía tres hijos y un día cayeron enfermos. A su mujer le entró tal miedo, que tenía la mirada fija en su interior y el ceño fruncido y ya no hablaba ni una palabra. Pero él era un hombre y no tenía miedo de hablar. Había comprendido que las cosas no podían seguir así. Y entonces hizo algo muy osado. Hasta él mismo se admiraba un poco de lo que había hecho, y la verdad es que había sido un acto audaz.

Como quien coge a tres niños del suelo y los pone a los tres juntos en brazos de su madre o de su niñera, que se echa a reír entre exclamaciones, porque son demasiados y no puede con todos, así él, había cogido -con la oración- a sus hijos enfermos, había hecho una peregrinación de París a Chartres, y los había puesto tranquilamente en brazos de Aquella que carga con todos los dolores del mundo. "Mira -le dijo- te los entrego y me largo; desaparezco para que no me los devuelvas. Ya no los quiero, ¿lo oyes?".

¡Cómo se alegraba de haber tenido valor para hacer eso! Desde aquel día todo marchó bien, naturalmente, pues se encargaba de ellos la Santísima Virgen. Y hasta resulta curioso que no hagan lo mimso todos los cristianos. Es tan sencillo... Pero nunca pensamos en lo que es sencillo. En fin, que somos tontos, es mejor decirlo de una vez.