domingo, 15 de noviembre de 2015

¿Qué pasa en las aulas? (y II)

 
Había prometido terminar la reseña de Educación. Guía para perplejos, libro de Inger Enkvist, profesora sueca que demuestra sabiduría y experiencia al analizar las causas del éxito y del fracaso escolar y educativo. Esta entrada es más larga de lo habitual, pero el libro reseñado lo merece.

La educación de un joven –nos dice- es un proyecto de colaboración entre el propio joven, la familia, la escuela y la sociedad. Si hubo un tiempo donde cada uno sabía qué papel le correspondía, actualmente todo parece confuso: los profesores ya no responden a la imagen que solíamos tener de ellos, pero tampoco los alumnos ni los padres. Ni la sociedad, por supuesto. En medio de esa desorientación, padres y profesores deben utilizar todos los recursos a su alcance: su energía física, su equilibrio psíquico, su madurez, su sentido de responsabilidad y su sentido del humor.

Los padres no deben entender la familia como una democracia, y menos aún niñocéntrica. Al colocar al hijo en el centro corren el peligro de sobredimensionar su importancia y conseguir que piense que se le debe todo. La falta de agradecimiento y el mal comportamiento son su consecuencia natural. Algo peor sucede, como es lógico, cuando los padres no encarnan el modelo que deberían y son más bien antimodelos. Entonces el fracaso educativo está servido. Solo algunos jóvenes muy fuertes logran transformar esa experiencia en la decisión de “no ser como sus padres”, convirtiéndose a veces en los “padres de sus padres”.

La escuela ha sido la casa de la verdad hasta que el relativismo ha puesto por delante los valores de la convivencia, que se reducen a no herir los sentimientos del compañero o alumno, aunque se porte mal. Pero es perverso permitir la indisciplina, así como hablar de inclusión cuando se trata de alumnos que destruyen la escuela. Resulta contradictorio parlotear sobre la convivencia y no exigir las condiciones que la hacen posible. Porque el buen comportamiento de alumnos y profesores es condición necesaria del aprendizaje, y no se ha encontrado otra manera de educar. Quizá sea difícil de conseguir en algunos centros, pero conviene saber que cualquier escuela problemática deja de serlo en cuanto se propone cumplir normas básicas de puntualidad, vestimenta decorosa y obligación de hacer las tareas. Sin ese empeño, tendríamos que reconocer que somos injustos con los alumnos que quieren aprender y pierden el tiempo por el boicot de otros alumnos, en una especie de “escuela al revés” que hace exacto el célebre título la conjura de los necios.

También resula contradictorio que el Estado haya introducido la escolarización obligatoria y no el aprendizaje obligatorio. Es contradictorio insertar a un alumno por su edad y no por sus conocimientos, porque ese criterio manifiesta un desprecio por la educación en el seno del mundo educativo.

El informe McKinsey 2007 dice que el factor clave para el éxito educativo es la inteligencia y preparación del profesor, no la inversión en edificios y materiales. Para nuestra autora, el profesor no debe ser autoritario ni carismático, sino profesional, con una preparación que requiere ocio para leer y viajar, tiempo para las librerías, las bibliotecas, los museos, los conciertos, el teatro, el arte…

En el buen profesor se da un constante aprendizaje teórico y práctico, que produce pequeñas mejoras continuas, no cambios drásticos. La nueva pedagogía, por el contrario, tiende al pedagogismo: una fiebre innovadora que produce cambios incesantes e innecesarios. Así hemos llegado a un infantilismo educativo que “en vez de preparar al niño y al joven para las exigencias de la vida adulta, se le invita a estar siempre jugando, satisfecho de sí mismo”.

La innovación educativa no es siempre mejor que la tradición, pero la prensa ama la novedad. Un Ministerio de Educación que se concentra durante años en un buen proyecto, no genera noticias, mientras la crítica de cualquier político a ese proyecto puede aparecer en titulares. Así, el público oye constantemente que lo que propone el Gobierno está mal, y eso resulta deprimente y negativo.

Si la dirección de un colegio habla más de métodos que de contenidos, hay que tener cuidado. Los métodos son importantes, pero solo como apoyo casi invisible al contenido y al pensamiento. Un buen método de lectura es, sin duda, importante, pero el mejor de los métodos no enseñará a leer en menos de 200 horas, y nadie se convertirá en un buen lector si no invierte 5.000 horas.

Los jóvenes necesitan ser educados en la belleza, la verdad y la bondad, algo que todo buen maestro sabe transmitir con la materia que enseña. Frente a ese clima enriquecedor, la ideologización y politización de la escuela denota y produce subdesarrollo intelectual en un país. Es curioso que los neomarxistas, tan críticos, no se pregunten por qué nadie pide refugio político en Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Zimbawe.
.